Desde siempre me han llamado la atención las películas no musicales que se permiten y nos dan el lujo de exponer a uno o varios de sus personajes tocando o cantando una composición musical en su totalidad. Que dejen a los espectadores que están detrás de la pantalla sentir lo mismo que los que están viviendo dentro de ella. Sin embargo, no suele pasar. El montaje de corte rápido e intensivo, la obsesión con transmitir el mensaje en el menor tiempo posible, el riesgo de que el público se aburra y no alcanzar el éxito comercial, normalmente llevan a este tipo de escenas a empezar con la música en marcha o a ser cortadas antes de que acabe, o bien, quizás se le sobreponga un diálogo por encima más importante para la historia. Pero colocar una pieza musical dentro de la diégesis, de la narrativa, y permitir a los personajes llevarla a cabo de principio a fin con toda su alma consigue fácilmente algunos pelos de punta e incluso alguna lágrima.
Las siguientes escenas ejecutan dicha labor con tal destreza que consiguen enamorar a primera vista. Recomiendo antes de leer ir a ver las películas si no las han visto, no solo porque el texto puede contener información sensible para la trama (spoilers), sino para disfrutar por primera vez de estas magníficas secuencias musicalizadas dentro del contexto del que tienen lugar.
1917 (Sam Mendes, 2019)
Tras escapar de la muerte por milímetros y ser arrastrado por la corriente de un río, probablemente helado, nada más tocar tierra, el soldado William Schofield (George MacKay) escucha un sonido en la distancia que le insufla la energía necesaria para levantarse. Camina en la dirección que guía su oído hasta llegar a una tropa aliada. Su cuerpo se derrumba junto al resto de soldados hipnotizados por el canto de un compatriota. Éste canta sin ningún instrumento que lo acompañe, únicamente la melodía de su voz reverbera en el bosque junto a las miradas perdidas de sus compañeros entre las que flota la cámara. El tema es una canción folclórica de principios del siglo XIX, The Wayfaring Stranger (“el forastero caminante”), cuya letra relata un viaje por una tierra hostil y con peligros que acechan, a pesar de que el viajero solo quiere llegar a su casa junto a su familia (al ser una canción folclórica existen muchas versiones con interpretaciones diversas, incluida una por Johnny Cash). La secuencia da un respiro de toda la tensión producida hasta el momento, tanto al cabo Schofield como al espectador, y prepara la trama para su conclusión.
Lamentablemente, por cuestiones de copyright no he conseguido la escena en cuestión, pero aquí dejo la canción interpretada por Jos Slovick con algunas imágenes de la película.
Shame (Steve McQueen, 2011)
New York, New York, el tema escrito para la película del mismo nombre y llevado a la fama por Frank Sinatra, trata sobre el éxito, la fortuna, las oportunidades y la libertad que otorga la Gran Manzana a los individuos que la habitan. Trata sobre la grandeza de la ciudad y el orgullo y deseo que siente todo el mundo de ser parte de ella. Los personajes de la película Shame de Steve McQueen, interpretados por Michael Fassbender y Carrey Mulligan, no son menos. La película relata la relación de dos hermanos, alcanzando su momento más vulnerable en una escena en la que ella, cantante de salón de hotel, interpreta New York, New York adaptándola a su situación y a su experiencia en la gran ciudad. Canta la misma letra que Liza Minelli en New York, New York (Martin Scorsese, 1977), pero desde una perspectiva casi opuesta: su personaje nunca alcanzó la gloria prometida.
Las expectativas que ellos tienen de la ciudad no se cumplen y, consecuentemente, se ven envueltos en una espiral de frustraciones que se canalizan a través de la adicción y la depresión. Ella expresa su sensación de fracaso en una versión excepcional, melancólica y nostálgica de New York, New York (arreglada por el mismo McQueen), durante prácticamente una toma, exceptuando un corte en el que se ve a su hermano emocionado y conectando con Sissy por vez única en la película. Él se ve reflejado e identificado con las emociones que ella exterioriza, una persona tan rota por dentro como él. La poca información que se comunica en la película de las vidas pasadas de estos dos personajes se hace en esta secuencia sin diálogo. Se transmite únicamente con una mirada, unos ojos llorosos, y una canción.
Cléo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962)
El segundo largometraje de Agnès Varda es un viaje por la vida de Cléo (Corinne Marchand) durante una hora y media, mientras espera los resultados de una biopsia con mala pinta. En una de las secuencias, Cléo, siendo una joven cantante de éxito creciente, se encuentra con sus compañeros músicos para ensayar, quienes se burlan de su posible enfermedad y critican su talento. Tras varias propuestas de canciones para practicar, todas alegres y ninguna que se adecúe a los ánimos de la protagonista, el pianista (Michel Legrand, el famoso compositor de la música de la película) le entrega una hoja, que Cléo arrebata con rabia, y comienza sin aviso una serie de acordes menores. Con la atención plena en la letra, ella se infiltra entre las notas y comienza el número. La cámara se mueve lentamente para centrarse en ella, que canta metáforas sobre su vacío emocional sin un amor. A medida que la intensidad crece, paulatinamente un grupo de cuerdas entra mientras la cámara llega a un plano corto frontal. Ella mira directamente al lente y se desentiende del resto de personajes dando una sensación de videoclip improvisado. Emite con una potencia grandiosa las palabras que salen de su boca y culmina con el crescendo de las cuerdas y su voz en la frase “Y si vienes demasiado tarde, yo ya estaré enterrada. Sola, fea y pálida. Sin ti.” Cae una lágrima por su mejilla. Cléo se da cuenta de que no puede más y se hunde en un llanto.
Este momento indica un punto de inflexión en la narrativa en el que Cléo pasa de ser una mujer caprichosa y superficial encerrada en su propia burbuja a salir a la calle y enfrentarse a la realidad.
Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957)
En una de sus películas tempranas, en las que aún le costaba tener el control absoluto de la producción, Stanley Kubrick consiguió uno de los finales más emotivos de un filme de guerra. Y no lo hizo con ningún cliché de este tipo de género, ya sea muertes trágicas o reencuentros con la familia, sino con un tenue canto a cappella de una prisionera alemana (Christiane Susanne Harlan, futura esposa del director) que interpreta The Faithful Hussar (“El húsar fiel”) por encima del bullicio de unos soldados franceses. La canción, la única en toda la película salvo por un reiterativo tambor de guerra, es nuevamente folclórica del siglo XIX, aunque se reclama que su origen se puede ubicar en manuscritos de finales del XVIII, localizados entre Austria y Alemania. La importancia del elemento folclórico es significativa, pues permite a los soldados franceses conectar con la canción y por tanto empatizar con ella. A los segundos del arranque, reconocen una melodía que quizás les recuerda a su vida previa a la guerra, ya que se trata de una canción que se tradujo al francés e inglés y se popularizó a mediados del siglo XX, en Reino Unido gracias a Ted Heath y Vera Lynn, y en Estados Unidos por la versión de Louis Armstrong.
Poco a poco, los soldados van callando para poder oír la suave voz de la prisionera. El tono del ambiente cambia, los soldados dejan de ver a la chica como un mero objeto sexual y gradualmente se suman a su melodía. Ahora la ven como una persona más y por un momento logran disociarse de la catástrofe que les rodea, gracias a ella. La cámara revela la expresión individual de cada soldado, su mirada y sus lágrimas, y el último trazo de humanidad antes de que les vuelvan a llamar al frente.
“Lo mejor de la película es que conocí a mi mujer, Christiana.”
Que la música siga sonando.