Pasado el shock inicial que me dejó entre aturdido e incrédulo por lo inusual de lo que nos ha tocado vivir con este largo confinamiento llegó, para mi, el momento de la reflexión y entre un sinfín de pensamientos desordenados pasando por mi cabeza me pregunté, en varias oportunidades, cuando y cómo sería el regreso a un set de rodaje.
Las horas pasaban lentas y con pocas novedades salvo las nefastas noticias que procuraba ver solo una vez al día. Los Zoom se hicieron rutina para tener contacto con familia, amigos y, en alguna oportunidad, también por trabajo. Hasta que un día, como casi todos los días pasados en casa, mezcla de tele trabajo con rutina cotidiana, sonó el teléfono para ofrecernos un proyecto atípico para los tiempos que estábamos viviendo. El Consell de Ibiza nos proponía hacer su campaña de verano-cortometraje-videoclip-teasers, en definitiva, varias piezas audiovisuales para este verano y el siguiente, con el fin de promocionar la isla.
Debo reconocer que al principio no creía que el proyecto fuera a cristalizarse. Un desafío grande, de varios días de rodaje, con la exigencia de la calidad por delante como siempre que aceptamos un trabajo y con la incertidumbre y los condicionamientos producto de la pandemia que estábamos pasando. Las llamadas por Zoom se sucedieron día tras día y, al cabo de una semana nos daban el pistoletazo de salida. Un pequeño “milagro” dadas las circunstancias.
A partir de ese momento comenzó una interminable sucesión de reuniones telemáticas que, si bien eran absolutamente necesarias, me hacían sentir un poco raro porque, en la vida cotidiana, nunca fui muy adepto a largas conversaciones telefónicas de trabajo a través del ordenador que, a partir de ese momento, sería el único medio que tendríamos para llevar adelante una producción de este calibre.
Y así pasaron los días, convocando técnicos, haciendo casting, viendo fotos de localizaciones, propuestas de vestuario y arte, etc, etc, todo a través de la pantalla del ordenador. Incluso en la mitad del proceso de producción, nos vimos obligados a posponer el rodaje dos semanas para que la isla entrara en la Fase 3 del confinamiento en el momento del rodaje ya que, si bien tendríamos que seguir un Protocolo COVID, no sería tan restrictivo como el de la Fase 2 en la que la isla se encontraba en ese momento.
Y llegó el día en que viajamos a Ibiza. Llegada al aeropuerto, controles en la entrada, presentación del pasaje de avión y certificado de movilidad “justificando” las razones del vuelo, megafonía repitiendo hasta el cansancio el obligatorio uso de la mascarilla y la distancia de seguridad, gente caminando como autómata y mirando con recelo si otro ser humano se acercaba más de la cuenta y un Barajas prácticamente desierto salvo en la cola interminable del counter de la aerolínea que nos llevaría a destino. Despachamos maletas y se me ocurrió pedir, como hago siempre, un lugar en pasillo dentro del avión. La respuesta de la señorita me dejó perplejo. “El avión está lleno y solo quedan sitios en los asientos del centro”. Seguramente mi cara, a los ojos de la empleada, habrá sido un cuadro porque se deshizo en explicaciones que, de ninguna manera podían justificar la incoherencia de tener que pasar por un protocolo estricto y meticuloso…. hasta el momento de subir al avión. Y para mas inri, estando todos sentados se produjo un revuelo en la parte delantera del aparato que retrasó la partida, ocasionado porque se había asignado el mismo asiento a dos pasajeros, lo que obligaba a uno de ellos a bajarse; ¡habían sobrevendido el vuelo! Absolutamente surrealista.
Como era de suponer, al llegar al aeropuerto de la isla nos encontramos más protocolos COVID. Control de temperatura, declaración jurada en donde se manifiesta no tener síntomas y la obligación de dejar la dirección del hotel donde nos íbamos a hospedar.
Desde nuestro arribo a Ibiza – éramos 5 personas de la Península – hasta el regreso a Madrid, pasaron dos semanas intensas y excitantes que, a pesar de estar acostumbrados a viajar por el mundo, nos dejaron sensaciones únicas. Explorar la isla y conocer en detalle sus increíbles rincones dentro de una situación privilegiada, porque solo estaba habitada por gente que vive allí durante todo el año. Actores protagónicos totalmente comprometidos con el proyecto. Una pareja increíble, ella ibicenca y él argentino, con muchos años viviendo en la isla y una celebrity encantadora, nacida en la isla y ahora viviendo en Madrid por razones de trabajo que se brindaron en cuerpo y alma y lograron esa sinergia necesaria para que todo fluyera de la mejor manera y sin contratiempos. Y un párrafo aparte para el crew de la isla – era una exigencia del Consell que el resto del equipo estuviese compuesto exclusivamente por gente local – que se dejó la piel en el proyecto, uniendo profesionalidad, talento e inmejorable predisposición.
Por fin y por último, y a modo de reflexión, me gustaría decir que, ni en el mejor de los supuestos que pasaban “bailando” por mi cabeza durante el confinamiento, me hubiera imaginado que el regreso a la actividad me iba a ofrecer esta oportunidad única de disfrutar un proyecto de la manera en que lo hemos hecho. Después de treinta y cinco años de profesión solo puedo agradecer al destino su benevolencia para conmigo, a la gente que nos convocó por permitirnos vivir esta experiencia y, fundamentalmente, a todo el equipo local y de Madrid, por demostrarme una vez más que no importan las circunstancias a las que tengamos que enfrentarnos porque, cuando se hace EQUIPO, sí, equipo con mayúsculas como en este caso, todo es posible.