Esta entrega es la continuación de Ambigüedad en Hollywood I.

La censura en Hollywood impuesta por la asociación de productores cinematográficos de Estados Unidos (MPAA) a través del código Hays duró 25 años más después del estreno de la película Perdición (1944) de Billy Wilder, previamente comentada. A medida que la sociedad estadounidense iba cambiando y aceptando una ley moral más laxa y liberal, las restricciones se fueron relajando y el código Hays perdiendo fuerza. Uno de los puntos de inflexión fue el estreno de Bonnie and Clyde (1967) del director Arthur Penn. Con valentía y algo de influencia del cine extranjero, incluyó en la primera escena el desnudo provocador de la protagonista Faye Dunaway. La mirada del público cambió completamente tras acabar el filme y ser testigo de destapes y muertes violentas. La película movilizó a los cineastas de la época y en 1968 se puso fin al código.

Esta liberación llevó al cine a lugares desconocidos para los norteamericanos (y para la mayoría del planeta, para qué negarlo). Revolucionó los métodos de producción al llevar el poder creativo de los estudios al director, dando así lugar a nuevas perspectivas dentro de cada género. El público de entonces pudo gozar del terror de George A. Romero, las comedias de Mel Brooks y los delirios de John Carpenter. Entre todo este talento y alboroto se encontraba el quizás más versátil y foco de este artículo, el polaco Roman Polanski.

Por muy distintos que fueran estos cineastas, prácticamente todos compartían en su obra un distanciamiento, si no crítica, de los temas que predominaron en las décadas anteriores. En el caso de Polanski, fue Chinatown (1974) la pieza en la que elaboró su juicio hacia el ‘viejo’ Hollywood y la sociedad que lo rodeaba. La película forma parte de lo que hoy se conoce como neo-noir, una visión moderna del género noir (aunque que sea un género o no es un debate que se mantiene hoy en día) de los años 30 y 40. Aún así, varias características se repiten. La trama de Chinatown sigue los pasos de Jake Gittes (Jack Nicholson), un detective que trabaja al margen de la ley para resolver el misterio de un asesinato, en la que existen el héroe solitario, la mujer que lo seduce y el descubrimiento final del villano. La historia incluso está situada en Los Ángeles de la década de los 30, durante el periodo del Hollywood Clásico en la que surgió el cine noir, lo que permite replicar la vestimenta y puesta en escena. Polanski hasta se deja influir por la fotografía de la época y se anima con planos y tomas más largas de lo que era la norma en el 74.

Fuente: Furious Cinema

Sin embargo, a medida que la historia avanza queda más claro que estos elementos no son más que un mero disfraz. Formalmente, se distingue a primera vista del cine clásico. Su formato a color con Technicolor y la pantalla widescreen de Panavision la hicieron más novedosa y atractiva para las audiencias de su tiempo ya que la separaba del contenido de la televisión y del blanco y negro que poco a poco se iría quedando atrás como un símbolo de lo anticuado. De todas formas, las mayores diferencias con las anteriores películas noir no están en lo formal, sino en la temática.

Para empezar, la construcción de los personajes principales, Jake Gittes y Evelyn Mulwray (Faye Dunaway nuevamente), no coincide con los estereotipos de sus antepasados referentes, como podrían ser Walter Neff y Phyllis Dietrichson en Perdición. El que era un protagonista con unos valores claros como el agua se convierte en alguien egoísta, débil y egocéntrico. Esta transformación se debe en parte al cambio de perspectiva y cuestionamiento sobre la moral que tuvo lugar en los años 70. Por ejemplo, el trabajo de Gittes como detective de infidelidades consiste en descubrir y confirmar traiciones amorosas, es decir, en romper relaciones. Antaño se habría visto como una profesión honorable porque haría justicia ante el adulterio condenado por el código Hays, pero debido a la ambigüedad moral de su momento, la lente de Chinatown la expone como una ocupación mísera y deshonrada. Y a él se le da bien porque no le afecta la desgracia ajena: caso tras caso, su reacción ante el llanto de sus clientes es seca como la paja. A lo largo de la narrativa insiste en contar chistes poco apropiados en momentos delicados, que lo dejan al descubierto como alguien con poco tacto. A esto se le suma las frecuentes palizas y amenazas que recibe que crean una burla constante hacia su fuerza y su masculinidad. Así es como, en lugar de un héroe que cumple con sus expectativas morales, terminamos con un protagonista sinvergüenza y emocionalmente torpe.

Fuente: Filmscalpel

Por otro lado, la femme fatale tan seductora y peligrosa se vuelve la víctima incomprendida del drama. La voz suave y la empatía del personaje de Evelyn la distancian de la clásica antagonista. Aunque a lo largo de la película aparenta ser una persona neurótica, malvada y egoísta sin razón alguna, resulta estar ocultando a Gittes y al espectador la verdadera razón de su actitud. Al contrario de las películas precedentes, las cuales imponen un carácter intrínsecamente malvado a la mujer, en Chinatown se explica el comportamiento de Evelyn y los motivos que tiene para actuar de la manera que actúa. Polanski no la enseña como una mujer misteriosa e inaprensible, sino que hace que confiese su propia versión de la historia, lo que ayuda a la audiencia a simpatizar con el personaje femenino, cosa que no se pretendía en las obras pioneras de género.

La película culmina con el homicidio de Evelyn, una muerte corriente en el cine noir. Como suele pasar con las femme fatale, en Chinatown el protagonista es responsable, ya sea directa o indirectamente, de su fallecimiento. Lo que hace particular a este filme es que, en este caso, Gittes hizo todo lo posible por mantenerla a salvo, y por tanto fracasa en su propósito principal de la película. Y no solo Gittes. Evelyn era el motor por el cual todos los personajes hacían lo que hacían. Al morir, todas las grandes potencias de la película, el detective Gittes, el cuerpo policial e incluso el rico y corrupto Noah Cross (John Houston) pierden. Gittes no consigue protegerla, la policía asesina a una mujer inocente, y Noah Cross, a pesar de salirse con la suya, pierde a su hija.

Con este trágico final, Chinatown desafía los temas principales e inamovibles del noir, originados por la censura de las normas del código, y propone una narrativa en la que pone en evidencia los errores del protagonista, muestra a la familia como un núcleo frágil y disfuncional, y expone a la justicia como un órgano vendido e incompetente.

La forma en la que se elige contar esta historia, similar a la del noir, es exclusivamente a través de los ojos del Gittes. La cámara lo sigue ininterrumpidamente de manera que toda la información se recibe desde su punto de vista, por lo que se termina fácilmente simpatizando con él y sus decisiones, sean correctas o no. Polanski utiliza esta estrategia con la intención de revertir su efecto, de criticar al héroe en cuestión y también este método de relato frecuentemente puesto en práctica en el ‘viejo’ Hollywood. Todo lo que Gittes hace creer al espectador como cierto termina siendo mentira. Cuando queda en evidencia, se deja claro que son sus actos desacertados, y no el destino como se hacía pensar en el film noir, lo que llevan a la muerte de la víctima. Su continua desconfianza e ignorancia sobre Evelyn se convierten en miedo, el mismo pavor que siente hacia el distrito de Chinatown. Gittes incluso la llega a comparar explícitamente con dicho barrio justo después de haberse acostado con ella, mostrando que Evelyn para él representa lo desconocido pero, sobre todo, un peligro en potencia. Representa la femme fatale tradicional que se interponía entre el hombre y su moral, el héroe y lo correcto, únicamente que aquí, en el año 74, se revela el verdadero trasfondo de ambos personajes: el egocentrismo e ignorancia del hombre sobre la libertad de la mujer.

Fuente: Filmscalpel

Esta ignorancia es representada por el motivo visual de los ojos, la vista y la perspectiva a lo largo de la película, ya sea a través de unas gafas rotas o de un disparo en el ojo. Juegan como metáforas de lo desconocido, de aquello que no se ve y es juzgado negativamente. Polanski atribuye esta actitud de condena tanto al personaje de Gittes como a la época, el Estados Unidos de los años 30 y 40 y asimismo al Hollywood de los años del código Hays.

Así es como Chinatown reflexiona sobre el presente y el pasado, sobre la dudosa ley moral que dominó el terreno del séptimo arte en EEUU en un periodo de desarrollo fundamental para el lenguaje cinematográfico durante casi medio siglo. Polanski, ligado a los directores de los años 70, pone en cuestión además las normas de este mismo lenguaje disputando los puntos de vista, las autoridades y la veracidad de los hechos, y trunca un sistema hasta entonces indiscutible. Un acontecimiento dentro de una década de remodelación del autor y apertura de nuevas posibilidades.


Foto de portada: The American Society of Cinematographers
Foto Faye Dunaway: Modern Mythos Media
Foto Final: Inked History of Now