“Soy capitán… Soy capitán… De un barco inglés… De un barco inglés… Y en cada puerto tengo una mujer… La rubia es… La rubia es… Fenomenal… Fenomenal… Y la morena tampoco está mal.”

Año 1992, las niñas cantan canciones machistas a ritmo de comba. Faldas a cuadros que pican y coletas bajas en el patio de un colegio de monjas en Zaragoza. Una España más atrasada que los propios eventos que acontecen: La Expo Sevilla, Los Juegos Olímpicos de Barcelona… Mientras tanto, la campaña contra el SIDA ocupa todos los medios: Póntelo, pónselo.

Este es el caldo de cultivo en el que transcurre la película Las Niñas, ópera prima de la cineasta Pilar Palomero (Zaragoza, 1980). Celia (Andrea Fandós) es una chica de 11 años que vive con su madre soltera (Natalia de Molina). Hasta la llegada de Brisa (Zoe Arnao), una nueva compañera, Celia solo conoce la infancia. Será esta nueva amiga la que le impulse a esta nueva etapa llamada adolescencia, llena de confusiones dentro de un cuerpo aún no desarrollado. Mientras tanto, Brisa la acompaña con su rebeldía, los casetes de Héroes del Silencio y su chaqueta vaquera parcheada.

Pilar Palomero ha logrado crear una película convincente y sincera. Desde una óptica autobiográfica, ha sabido narrar ese extraño paso entre la niñez y la adolescencia, en el que no sabes como actuar y todo lo que se te enfrenta es estrictamente novedoso. A esto se le suma una España todavía muy creyente, en la cual los estigmas sobre la sexualidad están extremadamente presentes y solo hay una estructura parental válida. Clases de bordado y lecciones morales sobre la castidad, frente a unos medios intentando desarrollar la imagen de un país progresista.

Las niñas es esa película que revierte los tiempos acelerados que habitamos incidiendo en el detalle: unos labios rojos, una niña a la que no la dejan cantar, el primer cigarrillo… Muy acertadamente, la película entera está grabada a 4:3, por lo que cada plano te permite centrarse mucho más en cada protagonista, además de ser un propio formato nostálgico que remite a las televisiones de los 90.

En esta película, al trabajar con actrices tan jóvenes, la manera de proceder es muy concreta: se tenía un guión muy parecido a lo que finalmente terminó siendo la película. Pilar Palomero, en un casting de casi 1000 niñas, dio con Andrea y con Zoe. Andrea es dulce e ingenua; mientras que Zoe es misteriosa y rebelde. Sin embargo, al trabajar con niñas, lo guiones no se pueden basar en la literalidad de lo pensado, sino que las directoras tienen que jugar con ellas y guiarlas hacia lo buscado.

Estamos frente a una nueva generación de mujeres cineastas que crean desde la autorreferencialidad. Otros ejemplos cercanos son Verano 1993 (Carla Simón, 2017) y Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico, 2018). Estas tres directoras hablan desde lo vivido, desde lo experimentado, desde la infancia más tierna en Verano 1993, pasando por el inicio de la adolescencia en Las Niñas, al comienzo de una vida adulta en Viaje al cuarto de una madre.

En España la mayoría de las asistentes a salas de cine independiente son mujeres, sin embargo, las cifras afirman que entre 1980 y 2012 solo un 5,8% de películas fueron dirigidas por mujeres. En 2019 los porcentajes mejoran, ya que un 14,3% de las películas fueron dirigidas por mujeres, pero la comparativa sigue siendo ridícula. Está claro que la presencia de la mujer en la dirección de cine español es casi nula. Conocemos a una Isabel Coixet (1960), a una Gracia Querejeta (1962) y a una Icíar Bollaín (1967). ¿Conocemos muchas más? La cuestión es, si la autorreferencialidad en este tipo de cine independiente dirigido por mujeres es la consecuencia de que las mujeres están empezando a hacer cine con una presencia considerable. ¿Es que no han tenido tiempo de experimentar? ¿Es ahora el momento de hablar desde lo vivido? No obstante, una nueva generación de mujeres cineastas las siguen, y son Carla Simón, Pilar Palomero y Celia Rico. Esperamos expectantes sus nuevas creaciones.

Carmen B. Mikelarena es una ilustradora y pintora de Madrid.
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